miércoles, 26 de enero de 2011

EL CONTEXTO DE LA CRISIS DE CUBA.

(tomado de Radio Progreso Semanal-Miami:

EL CONTEXTO DE LA CRISIS DE CUBA 

por Saul Landau y Nelson P. Valdés 

El 18 de diciembre de 2010, el presidente cubano Raúl Castro advirtió 
a los cubanos que la nación se enfrentaba a una crisis. Las 
desastrosas condiciones de la economía de Cuba ya no permitían al 
estado espacio de maniobra para bordear el peligroso “precipicio” de 
ineficiencia, baja productividad y corrupción. Sin reformas, Cuba se 
hundiría –y con ella el esfuerzo de todas las generaciones que 
buscaron una Cuba libre, desde la primera revuelta aborigen contra el 
dominio colonial español.

Los cubanos comprenden que desde la Revolución de 1959, con todos sus 
errores, se protegió la independencia de la nación --la soberanía 
nacional. Desde 1492 (desembarco de Colón) hasta diciembre de 1958, 
las potencias extranjeras decidieron el destino de los cubanos.

Para principios del siglo 19 había emergido un “cubano” –no un español 
en una isla lejana o un esclavo africano, sino un híbrido producto de 
tres siglos de colonialismo, que buscó la autodeterminación –al igual 
que la población colonial norteamericana en 1776.

Cuando Batista y sus generales huyeron, fracasó la materialización de 
un golpe de estado apoyado por EE.UU., a pesar de todos los complots 
tras bambalinas encabezados por el gobierno norteamericano. Los 
rebeldes entonces establecieron la moderna nación cubana, la cual 
rápidamente se convirtió en un reto real y hasta entonces casi 
inimaginable a la dominación de EE.UU.

Esta verdad no expresada, y comprendida en La Habana y Washington, 
enfrentó a los dos países. Washington se negó a ceder el control; la 
Revolución rechazó la autoridad de EE.UU. Desde 1898, EE.UU. había 
tratado a Cuba como un apéndice de la economía norteamericana. 
Consorcios de Estados Unidos poseían los mayores centrales azucareros 
de Cuba, las mejores tierras, las compañías de teléfonos y de 
electricidad, las minas y mucho más. El gobierno cubano, al igual que 
el de sus vecinos en el “patio trasero de EE.UU.”, había obedecido 
automáticamente los dictados de la política de Washington.

La rebeldía de la Revolución, la reducción del 50 por ciento en los 
alquileres y la aprobación de una ley de reforma agraria sin pedir 
permiso obtuvieron la atención de Washington. Palabras como 
“dictadura” y “comunista” comenzaron a aparecer rutinariamente en los 
reportes de prensa instigados por el gobierno.

La isla de 6 millones de habitantes, con el azúcar como producto 
principal, carecía tanto de los recursos materiales como humanos para 
garantizar una verdadera independencia, Washington lo sabía. Algunos 
funcionarios norteamericanos, escribió E. W. Kenworthy, “creen que el 
gobierno de Castro debe pasar ‘las de Caín' antes de que comprenda la 
necesidad de la ayuda de Washington y acuerde las medidas 
estabilizadoras que harán posible recibir esa ayuda”. (“Los Problemas 
de Cuba Ponen a Prueba la Política de EE.UU.”, NY Times , 26 de abril de 1959.)

Cuando los líderes cubanos ignoraron o ridiculizaron las advertencias 
provenientes de Washington, en marzo de 1960 el Presidente Eisenhower 
autorizó una operación encubierta para derrocar al gobierno cubano –la 
que terminó en el fracaso de Bahía de Cochinos en abril de 1961. Sin 
embargo, en octubre de 1960, en respuesta a la nacionalización por 
Cuba de propiedades norteamericanas –una confrontación en escalada de 
acciones de Cuba y castigos de Washington— Eisenhower impuso un embargo a Cuba.

Pero ya en abril de 1960 el Departamento de Estado había emitido sus 
orientaciones de castigo: “Deben tomarse rápidamente todas las medidas 
posible para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción 
que, aunque tan hábil e inadvertida como sea posible, tenga éxito en 
negar dinero y suministros a Cuba, a fin de reducir el dinero y los 
salarios reales para provocar el hambre, la desesperación y el 
derrocamiento del gobierno”. (Oficina del Historiador, Buró de Asuntos 
Públicos, Departamento de Estado; John P. Glennon et al, editores, 
Relaciones Exteriores de Estados Unidos, 1958-1960, Volumen VI, Cuba 
(en inglés), Washington D.C.: GPO, 1991, 885.)

La Habana respondió haciendo lo impensable. En 1961, Cuba se alió con 
la Unión Soviética. Para garantizar la independencia, los líderes 
cubanos se hicieron dependientes de la ayuda soviética.

En 1991, la debacle soviética dejó a los cubanos –al fin— en una total 
“independencia” política y sin apoyo material externo para mantener a 
la nación. El embargo adoptó una dimensión mayor.

En 1959, los revolucionarios de 20 a 30 años no previeron la ferocidad 
del castigo de EE.UU. ni captaron que el pecado de desobediencia iba 
más allá de los dictados del poder de EE.UU. y llegaba al núcleo de un 
sistema global. Washington era la capital informal del mundo.

En ese papel, Washington atacó sin descanso a Cuba –incluso después de 
que EE.UU. cesara de ejercer la hegemonía hemisférica. La mantra del 
control aún se filtra por las paredes de las oficinas de seguridad 
nacional y por ósmosis penetra en el cerebro de los burócratas: “No 
permitimos una insubordinación”. Los cubanos han tenido que pagar por 
la resistencia que han presentado sus líderes. La lección de 
Washington: Es inútil resistir.

El mes pasado Raúl Castro informó a los cubanos de la necesidad de 
reformas drásticas. La Revolución entrenó, educó y sanó a la población 
cubana. Pero, admitió Raúl, el estado ya no puede satisfacer algunas 
necesidades básicas que los cubanos han asumido como derechos humanos 
(o derechos, a secas). Un millón de personas, anunció, perderán su 
trabajo; se reducirían o eliminarían programas sociales.

La no productividad de los cubanos –una relajada ética del trabajo, 
ineficiencia burocrática y ausencia de iniciativa— se ha multiplicado 
con la corrupción. El embargo norteamericano provoca escaseces y 
alienta los delitos burocráticos. Un burócrata aumenta sus ingresos 
“resolviendo” los mismos obstáculos que los burócratas ayudaron a crear.

Después de más de 51 años, el castigo de Washington pareció forzar a 
Cuba a aceptar una doctrina de choque, pero sin los costos sociales 
regresivos que la mayoría de los países del Tercer Mundo han pagado. 
En 1980, un jamaicano comentó, después de que el Primer Ministro 
Manley se sometiera a las duras medidas de austeridad del Fondo 
Monetario Internacional: “Nos han FMeado”.

La Revolución cubana una vez más se adentra en territorio que habrá 
que hacer sobre la marcha. Sin embargo, los reformistas cuentan con 
grandes recursos –un público con conciencia social, absorbida durante 
décadas de educación y experiencia.

Sin embargo, los cambios geopolíticos del mundo ofrecen algunas 
ventajas a los líderes cubanos: China, Brasil y algunos estados de la 
Unión Europea se han convertido en contrapesos de los norteamericanos 
de línea dura. Con un espacio de maniobra, los cubanos aún podrían 
evitar las peores consecuencias de la obsoleta doctrina de choque que 
Washington ha mantenido durante 50 años.

Saul Landau es miembro del Instituto para Estudios de Política.
Nelson Valdés es Profesor Emérito de la Universidad de Nuevo México.  

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