domingo, 8 de enero de 2012

Opinión. Nestor de Buen. La jornada 8 de enero de 2012


Las sorpresas que da México
Néstor de Buen
E
n estos días de fiestas entre religiosas y profanas, con la amenaza de que el Papa vendrá en unos cuantos meses, en curiosa coincidencia con las próximas elecciones, he recordado la impresión que tenía de México cuando a medio camino desde Burdeos, a bordo de El Cuba –después del Santo Domingo–, pensaba que nos íbamos a encontrar con un país casi socialista y desde luego, laico.
La presidencia de Lázaro Cárdenas y su generosidad con el exilio español, previamente demostrada con su apoyo militar y económico al gobierno de la República Española, me hizo creer con optimismo y, por supuesto clara ignorancia, que México era consecuente con la ideología del montón de refugiados que íbamos a bordo.
No tardé mucho en conocer la verdad. No tanto en Coatzacoalcos, donde desembarcamos el 26 de julio de 1940, sino cuando, ya en la ciudad de México y asistiendo al Instituto Vives –obra maravillosa del exilio–, mis conversaciones con los compañeros mexicanos me hicieron ver que dominaba una concepción conservadora, lo que no tardó nada en confirmarse cuando al año siguiente la esposa del presidente Manuel Ávila Camacho puso en marcha el año de la Virgen de Guadalupe, con gran apoyo popular.
Al estar estudiando en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, al haberse establecido el servicio militar por la declaración de guerra contra Alemania e Italia, me pareció que lo menos que podía hacer era inscribirme para participar en el sorteo. Salí, como se decía, agraciado. Allí mismo conocí a Carlos Laborde, estudiante de medicina que logró mi incorporación con él, Pablo Rovalo y Miguel Romero, al Batallón de Transmisiones.
Los tres me resultaron católicos consumados. A veces me atreví a discutir con ellos sobre religión y mi única conclusión fue que su formación era la habitual en México. Recuerdo que faltando tres días para el final del servicio, el 12 de diciembre de 1944, más de la mitad de mis compañeros de la Tercera Compañía de Transmisiones se había largado tranquilamente invocando que iban a La Villa. Los pocos que quedamos, unos 30, nos pusieron bajo el control de un sargento primero de apellidos Conejo Cataluña, quien nos encerró en un salón de clase y nos aburrió tanto que armamos relajo y como castigo nos puso a correr la pista. Acabamos todos en el bote. Pablo y Carlos estaban también en el mismo grupo.
Al correr la pista en formación de tres en fondo, sonaron unos silbiditos significativos. El sargento se ofendió y nos metió al bote. Menos mal que los culpables confesaron y al día siguiente recuperamos la libertad. Dos días después, en una ceremonia espectacular en el Campo Militar número Uno, se dio fin al servicio y nos entregaron un diploma firmado por Lázaro Cárdenas como secretario de la Defensa y nuestras cartillas en las que anotaron buena conducta. ¡Menos mal!
Pabló entró a estudiar medicina y antes de concluir el año, se salió de la facultad para ingresar a un seminario. Lo visité alguna vez y años después lo fui a ver cuando era obispo en Zacatecas.
Al volver a la Escuela de Derecho conocí a René Capistrán Garza, hijo de quien fue jefe de los Cristeros. Nos hicimos íntimos amigos pese a las diferencias ideológicas. Conocí a Don René, con quien hice una gran amistad. Años después me casé con Leonor (Nona) alumna del Sagrado Corazón. Fue un matrimonio por disparidad de cultos.
¿Donde quedó el laicismo de México? Cada vez lo veo más alejado de mi mundo. Pero mi vida ha sido la mejor comprobación de la mutua tolerancia. Aunque haya quedado para la historia la idea de que México era un país laico y socialista.

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